Salvadores

Salvadores

SALVADORES

En el 2009 yo era bastante más joven y en el cine todavía no había adaptaciones de mundos literarios catastróficos.

¿O ya había demasiadas? No sabría precisarlo.

Entonces escribí “Salvadores”, una historia que se deja leer bastante fácil y resulta entretenida, casi risueña.

Se trata de un grupo de rebeldes (¿o justicieros?) que intentan sobrevivir en, atención, “un futuro no muy lejano” y en una ciudad cuyo destino tiene pocas opciones: la refundación o la extinción.

 

Capítulo 1- “Descripción” Dead City. Año 2030. Desazón en las calles, muerte en los pasillos que forman los escombros sobrevivientes a los permanentes ataques terroristas. Nadie se alarma ante este panorama, pues los habitantes de la, antiguamente conocida, “Ciudad de la buena vida”, han perdido la fe en que todo vuelva a ser como en los viejos tiempos. El cementerio nos rodea, donde quiera que miremos las tumbas de propios y extraños crean una sombría bienvenida a quienes se atreven a visitarnos (no son muchos). Los edificios inclinados, víctimas de ataques sin razón o las temidas tormentas que nos azotan continuamente. Sufren, también, las balas perdidas que encuentran en sus paredes agrietadas un refugio. El día tarda en llegar, muchas veces no lo hace y quedamos hundidos en las tinieblas, peligrosas y traicioneras, donde los vendedores de droga, los dueños del cabaret de la ciudad y los vagabundos que no saben dónde van se convierten en reyes. ¿Quiénes eran los responsables de esa situación? ¿Qué había llevado al terror a una fructífera zona trabajadora? Porque la moral, el respeto hacia el prójimo, los valores y los derechos humanos ya perdieron validez en esta tierra de nadie. La poca gente honesta que queda en Dead City, pertenece a la zona neutral, esa que, castigada y olvidada, contempla como a cada minuto se muere otra ilusión. No existen el racismo, la discriminación por edades, los pocos que quedamos nos aferramos a nuestra condición de sobrevivientes. Aquella crisis económica, fatídica, del año 2009, había derrumbado los sueños de miles de personas que creyendo en un sistema sin estructura, perdieron su capital, dejándolos con sueños incumplidos. A todo eso, se debería agregar la falta de sentido común en las personas a nivel mundial, quienes impulsados por el dolor de haberlo perdido todo, se olvidaron de principios tan básicos y necesarios como su propio derecho a la vida. Se rebajaron socialmente, los hombres sin trabajo se sometían a cualquier tipo de pedido de los que sobrevivieron a la tormenta. Las mujeres, se olvidaron de todo lo que supieron conseguir a base de esfuerzo y sudor, y volvieron a la prostitución, siendo golpeadas y desvalorizadas en todos los sentidos. Los niños nunca tuvieron una navidad feliz, los matones en la escuela abundaban ya que ni siquiera existían autoridades competentes. Todo esto fue “evolucionando”, al cabo que ni el calentamiento global es preocupación por estos días, donde me encuentro vagando solo por el sucio pavimento destrozado. No encuentro la respuesta, deberé involucrarme en el caso, aunque mi fuerza ya no sea la misma, y mis compañeros busquen solamente una coima apestosa de algún “dealer” necesitado. Quizás ahí encuentre mi respuesta. Tal vez esos monigotes de los grandes accionistas del mercado me puedan llevar a la verdadera base de este problema. En cualquier otro momento me hubiese preguntado si corresponde pagarles con la misma moneda a quien arruinaron la vida de cientos de miles de personas, si era preferible dejarlos sufrir en el anonimato y en soledad, pero no esta vez. Hoy por hoy, voy a lograr parar con esta locura, que ya ha sobrepasado los límites, que nunca los tuvo. Ellos no sienten. A ellos no les interesan las consecuencias. Viven al día, con sus ansiedades, con sus necesidades. Han malgastado las oportunidades que tiene todo ser humano, para poder quedarse con un puñado de poder. Pero basta. Merecen sufrir que nos hicieron.  Capítulo 2- “Dead City” Mi nombre es Rick Boshid, tengo 29 años (eso creo) y pertenezco a la policía de Dead City. Una lástima. Día a día observo al crimen pasar por mi lado sin poder moverme, reaccionar o actuar a favor de la población. No me queda mucho que perder. Mi familia, mi mujer y mis hijos se han partido a otro lugar que seguramente es mejor, tuvieron una maravillosa idea y yo, por ingenuo, quise quedarme para aportar la cuota de seguridad en este sitio que no tiene arreglo. Ya no existe el servicio. Mis compañeros son muchos, pero pocos honestos. Los asaltos ya no son una preocupación. Ahora tememos por nuestras vidas, devaluadas, pero vidas al fin. No sabemos cuando girar a la derecha o cuando saludar al vecino, porque todo puede parecerle sospechosos a los dueños de esta ciudad. Ellos, son los poderosos. Los que creen que al tener una pistola en la mano son Dios. Casualidad, yo también tengo una, pero no me sirve ante tamaño despliegue de armamento. El negocio está en la corrupción. Desde mi humilde lugar opino que no sirve ningún mandatario del “nuevo mundo”, si es que así se le puede decir. Es una denominación contradictoria: verán, después de las crisis, las relaciones entre países terminadas y los contratos rotos, ¿Qué queda? Nadie tiene la respuesta o, mejor dicho, esa respuesta está aquí. Las organizaciones gubernamentales sólo acceden a los tratados si éstos implican un beneficio en todos sus niveles: económico, “social”, de poder. Todo se rige por eso. Hoy por hoy, no puedo decir que estamos en un ámbito agradable, ni siquiera se puede caminar tranquilo. El intendente de este lugar es uno de los principales secuaces de los de arriba, y se aprovecha del mal momento dejándonos peor: poca importancia a los pertenecientes al lugar, trabajos mal pagos y a veces sin remuneración y tiene contactos de peso que aniquilan lo que va al revés de sus ideales. Una auténtica dictadura. Además de todo esto, se suma la desaparición de las “ONG” destinadas a componer las relaciones humanas, a brindarle ayuda a los más necesitados entre otras buenas acciones. Ya no quedan este tipo de almas rebeldes, dispuestas a todo para cumplir una obra de bien, se esfumaron, porque eran una grieta en el sistema. Eran la escoria, totalmente al revés de lo que una sociedad sana pretende. Acá quedan los malos y los buenos no son aceptados. Han desaparecido también las leyes. Cada individuo se rige por instinto propio, por apuro. Si no tienes las suficientes agallas para manejarte de ese modo, no hay escapatoria en este lugar. No tenemos calendario. ¿De qué sirve? ¿Para contar los días que nos quedan? Muy morboso. No sabemos si es lunes o domingo. No hay reuniones familiares, lo que están tienen suerte y los que no, que en paz descansen. Existen diferentes barrios en Dead City, pero no se puede entrar en ninguno. Los respectivos jefes: John Parker, Gill McFash y Mr. Clown, son muy conservadores. Tanto que tienen un arsenal destinado a quien se anime a cruzar sus fronteras, pero la gente no es idiota. Tenemos un espacio común para movernos, aunque no hay demasiada libertad. Los barrios son privados, pero los provenientes de allí, son palabra mayor en nuestro territorio. Tienen vía libre para destruir lo que quieran o construir lo que deseen, nosotros, en la zona neutral, debemos asentir todas sus acciones. En el mapa del “nuevo mundo” no figura Dead City. Ni siquiera estamos nosotros, que intentamos controlar los asuntos de nuestra zona. La gente que vive de nuestro lado tiene miedo, por supuesto. Pasan sus horas pegados al televisor, a las computadoras modernas que nunca entenderé, pues ni siquiera es necesario tener manos. Todo contrario a lo que alguna vez quisimos eliminar, como por ejemplo las horas que pasábamos frente a la caja boba. Es su manera de olvidarse donde están parados. Las drogas de diseño, pastillas, mezclas, inyecciones son un buen alivio para los días aburridos, o sea, casi siempre. Porque no podemos hacer nada, no tenemos respaldo y estamos en la misma situación. A veces, más precisamente los días de sol, nos sentamos a la par de las rejas electrificadas a mirar el sol un poquito más acá de la enorme montaña de basura y escombro formada en el horizonte. Los edificios no son tan altos, y debido a las incursiones diarias de los barrios debemos atenernos a las consecuencias. La suciedad, los pedazos de concreto, los vidrios y otros residuos conviven con nosotros y esperan vernos caer junto a ellos. Igualmente, no caminamos mucho, no es seguro. Quienes la pasan peor son los almacenes, aquí tenemos solamente cinco o seis. Además de percibir pocas ganancias, es frecuente que los barrios ataquen sus locales, dejándolos sin nada, ni dinero ni mercancías. Hay otros negocios, pero tienen falta de ingresos y próximamente se convertirán en nuevos vagabundos de la ciudad. Todo lo contrario para el cabaret. Las pocas mujeres que quedan, sean gordas, flacas, altas o bajas, se ofrecen solitas a trabajar allí por unos pocos pesos que les servirán para volver a ensuciar su sangre una y otra vez. Y si no se ofrecen, las buscan. No hay tolerancia aquí. Los clientes no son importantes, lo son si consumen en niveles extraordinarios y si es preciso que vuelvan a concurrir a las fiestas. Los dueños: Pi Lucius y Morti. No son protagonistas de mi historia, no me incumben para nada. Sólo una vez fui a visitarlos y recibí increíble paliza por querer hacerme el héroe. ¡Ja! No existen reglas. Ya se rompieron todas. El problema mayor se da de noche. Las personas de la zona neutral se encierran y trata de hacer las cosas cotidianas en silencio, estando alertas a lo que pueda suceder. Nosotros, debemos cumplir horarios, pero con los jefes no se jode. Muchas veces entraron a las oficinas y se llevaron un par de amigos que jamás volvimos a ver. Quizás para torturarlos, como acostumbran a comentar. Entonces, dejamos que vengan, destruyan, oponemos poca resistencia, aunque de nada sirva. Y se van felices, hundiendo a Dead City cada vez un poco más. Lo único que podemos esperar, es que vengan de buen humor y no se lleven a ninguno. Rezamos todas las noches, sin fe ni esperanza. Estoy muy metido en este tema, debo averiguar qué pasó para que estemos en este panorama tan sombrío. Con la ayuda de mi buena colega Allison Darcy, voy a intentar encontrar a los culpables. Empezando por el primer día donde todo comenzó a decaer.

DE QUÉ LA VA

Salvadores I

40 capítulos – 107 páginas

Mucho antes del (multi) universo de Marvel. Mucho después de Superman y compañía. Un grupo de renegados, eruditos, estudiosos e inconformistas, que saben utilizar herramientas necesarias para que la trama avance y que tienen pensamientos sagaces para (intentar) dejar frases memorables, tiene la difícil tarea de liberar a Dead City de todo tipo de amenazas. La mafia, las drogas, la desidia y la desazón -si bien podría ser un buen comienzo de estrofa para una canción de Fito Páez- son moneda de cambio en esta sociedad fragmentada. ¿Acaso seré yo una especie de Nostradamus? ¿O es que la humanidad, y la historia, se repite y se repite…?

 

 YA ESTÁ DISPONIBLE

LA SEGUNDA PARTE

Primero, gracias por haber terminado la primera entrega.
Ahora sí te voy a pedir que cometas una locura para continuar leyendo estas aventuras.