Siempre que me encuentro en un bloqueo creativo –lo digo así porque suena más canchero– voy a visitar a Julio Cortázar.
No es cierto, pero debería ponerme un recordatorio pegado con imán en la heladera.
Aunque esta linda historia empiece con un intento pretencioso deplorable, la realidad es que cuando abro “Rayuela” me doy cuenta que subrayé todo.
Absolutamente todo.
Se ve que a veces leía acostado porque el trazo del lápiz es mucho más fino y sinuoso.
En algunos párrafos, directamente hice un corchete al costado.
Otros pasajes están llenos de flechas y asteriscos y refutaciones.
De todo lo que me interpela, tuve que elegir alguito:
Perdonen que me ponga un poco Carrie Bradshaw (Sex & The City, 1998) pero…
No pude evitar preguntarme: ¿Por qué c***** soñamos lo que soñamos?
Las aventuras oníricas de Julio Cortázar
Entré en la primera opción de mi búsqueda de Google, Diario femenino punto com, esperando encontrarme una revelación.
Amarga fue mi sorpresa cuando descubrí que no.
No le podemos asignar un significado tan fácilmente a los sueños.
¡Y menos si son graciosos!
Una risa en un sueño puede implicar desde un delirio impulsado por el puré de garbanzos de la cena hasta una situación avergonzante que sucedió en 3er. grado.
La periodista Laura Sánchez, sin embargo, reconoce que un sueño gracioso tiene un componente de talento y creatividad importante, y que por ello hay que ser agradecidos.
Nuestro cerebro puede estar recompensando que hemos hecho una actividad muy productiva, por ejemplo.
[“NOTA AL PIE”] Hijos e hijas de la revolución industrial, si pueden dormirse con un anotador en la mesita de luz, quizás hasta puedan capitalizar una idea muy loca, quién les dice.
Seguramente tendrás jornadas en las que el momento de dormir sea lo más esperado.
A todo el mundo le pasa.
No le pasa lo mismo que a vos, ojito con eso, pero le pasa de estar contrariado, agotado, pasado de vueltas…
Y en esos momentos de desasosiego, si durante el letargo encontrás el alivio, bienvenido sea.
Dejamos que un montón de cosas nos lastimen, ¿por qué no aceptar el absurdo onírico y dejar de querer una respuesta para todo?
Ahora sí, vayan a escuchar “Mentiras piadosas”, de Joaquín Sabina.