En un mundo donde todo se paga y se cobra, donde todo se compra y se vende -proceso que se repite ad infinitum– te propongo frenar y leer esta pelotudez que escribí recién*
Es insoportable. A ver… no sé si insoportable es la palabra adecuada. En detrimento, podría decir que es… irritante. Ahí está. Es, mejor dicho, irritante. Ya sé lo que estás pensando, vos me conocés bien, Noelia.
Se me hace difícil, ¿podés entender? Yo hago el esfuerzo para cambiar, pero ni así me sale. Y no es una obsesión. Si bien tengo muchas, muchísimas te diría, no es una obsesión ni un ensañamiento. A esta altura de la relación que supimos edificar –como te gusta decir a vos- deberías saber que si las cosas fueran de otra manera, te lo confesaría. Así sin más, te lo diría sin vueltas, sin rodeos, sin chistar.
Vamos a hacer una tregua. Vamos a convenir en que no es una obsesión, sino “exceso de observación”. ¿Lo rotulamos así? Me gusta ese título, bien marketinero. Se puede explicar, la gente quiere que le expliquen. Sufro ese mal que nos aqueja a quienes prestamos demasiada atención. Vivir en estado de alerta y, muchas veces, interpretar erróneamente señales que ni siquiera son para uno. Es jodido.
No te quiero marear, sé que te cuesta seguirme el rastro cuando me pongo introspectivo. No revolees los ojos, por favor. Mirá si seré observador que, aun sin verte, infiero con certeza lo que estás haciendo mientras te relato mi miseria. Pero nunca respondes. Bueno, en cierta forma sí, pero los monosílabos y las preguntas retóricas me estresan, es decir, no sé si puedo catalogar como respuesta hecha y derecha algo que se parece más a un regate, a una conciliación obligatoria.
¿Dónde estaba? Ah, sí, ya me acordé. Entonces yo estoy llegando a la esquina y ¡pum! Un auto. O una moto. O una bicicleta. No importa qué vehículo sea el que esté circulando en ese instante, justo cuando voy a cruzar la calle, no me dejes divagar. A ese encuentro está ligada mi irritación. Es así tal cual te lo estoy contando, Noe: cada vez que llego a una intersección, alguien está viniendo.
Ponete en mi lugar. Imaginá que es de día, soleado, a la hora de la siesta, los pájaros en las ramas haciendo bulla, los quejidos tradicionales de las casas bajas revolcándose en el eco lejano del encierro… ¿me seguís? Y vos ahí, caminando lo más pancha, disfrutando de las veredas a medio hacer, gozando una tranquilidad idílica, percibiendo la tracción del oxígeno entrando por la nariz –refrescando los conductos vacíos- y saliendo por la boca –porque así es como hay que respirar- (perdón si te guiño el ojo, aunque no me veas) y, de pronto, para arruinar esa escenografía soñada, cuando te dispones a cruzar la calle para acceder a la otra cuadra –¿notas la acción inofensiva que estoy planteando?- aparece un algo o un alguien acelerado dispuesto a arruinarte el camino a vos y el fin de semana a tus parientes…
Es irritante, ¿verdad? No te rías. Seguro que te estás riendo. La verdad es que no soporto que hagas eso, Noelia, que minimices todo como si fuera sencillo. ¡Qué lindo cuadro colgaste! A esa pared le faltaba un adorno… ¿Caravaggio?
A veces recapacito y asumo mis errores. Me siento bien cuando eso sucede. Porque sucede, no es algo que ejerza conscientemente, al menos no del todo. Es como si dejara que mi cabeza descanse unos minutos. Un estado de relajación para no culparme por caminar despacio, aunque enseguida vuelvan las recriminaciones.
Yo sé que te ubiqué en un escenario ideal y que estoy alterando los hechos para que jueguen a mi favor, lo reconozco, pero no podés negar que estos agitadores al volante desconocen todo tipo de reglamento: ni siestas pueblerinas ni optimismos letales resisten ante la imprudencia de los apurados.
Uf… ¡qué difícil es este ejercicio que me propusiste la semana pasada! ¿O fue la anterior? No sé, no viene al caso, y tampoco hace falta que actives ese semblante compresivo. Soy un mal alumno, pero esto de respirar en varias etapas… Noelia, me estás obligando a analizar cómo respiro. Eso es un proceso automático que hace el cuerpo ¿sabías? Me hiciste exaltar. Por lo general, a esto de los autos y que no frenen y que uno tenga que rodearlos por detrás para no perder el ritmo o para no llegar tarde o por simple acto justiciero, lo pienso nada más. Nunca lo enuncio. No me jacto. No me gusta que me vean angustiado y menos me gusta que se burlen de mí cuando les explico que siempre hay alguien llegando a la esquina al mismo que tiempo que yo.
Es ley. Es metafísica. Hace un par de semanas me corrigieron, me explicaron que la metafísica es como una filosofía, pero peor. ¿Cómo se dice cuando algo no se puede ver ni tocar? Bueno, no importa, no me interrumpas que justo se me vino a la cabeza esto que te iba a contar antes…
¡Ah! Me dijeron de todo, que era un exagerado y que esto de lo que me estoy quejando –aunque no lo considero una queja- siempre va a pasar, y va a desmejorar, porque las estadísticas no mienten. Todos hablan como si supieran. Yo creo que tienen razón, pero no se los digo. ¡Es que me enoja tanto que no lo entiendan! ¿Acaso no les pasa? Tal vez sí, pero no lo quieren admitir. Te pido perdón. Hoy no puedo hablar de otra cosa. Para serte sincero, tenía en mente hacerte una pregunta sobre un sueño que tuve, o más bien una pesadilla, que me hizo saltar de la cama hace unos días. No recuerdo bien qué era. Según investigué, no podemos recordar más que los últimos diez segundos de lo que se estuvo soñando justo antes de despertar.
¿Alguna vez te pasó? ¿Esto de soñar algo que después, en el día, te resulta súper interesante, pero está incompleto? Nunca resulta positivo el esfuerzo que hacemos por traer esas imágenes a nuestra cabeza. Por eso me parece raro que, habiendo tantas cosas en las que los seres humanos coincidimos, nadie perciba ese capricho del universo de imponernos un freno a los transeúntes en cada esquina porque está por pasar un auto.
Noelia, decime la verdad… ¿estás aburrida? Esperá un segundo… listo, ya está, ya lo apagué. Me sonó un recordatorio en el celular. Disculpá, ¿de qué estábamos hablando? Lo que pasa es que si me olvido de esta pastilla el dolor no se me va, entonces la tomo religiosamente cuando corresponde. ¿Me alcanzás un vaso de agua? Dale, te espero, mientras te sigo contando: esta mañana hablé con mi hermano, me dijo que el seguro va a reconocer los gastos de la operación y lo que cuesten todos los demás trámites, por suerte. Dice que está confirmado, que en el informe sale que yo no tuve la culpa, que el tipo que manejaba el auto estaba enviando una nota de voz por WhatsApp, venía distraído y –gracias- … Mmmm, ¡rica el agua! ¿La sacaste de la canilla? Acá no es muy buena. Allá en el pueblo mis viejos siguen tomando de la canilla.
Pero la puta madre… qué feo cuando te imaginás algo y en tu cabeza sale perfecto, para que después la realidad te atropelle como me pasó a mí. Uno viene despistado, muchas veces desprevenido, pensando en otras cosas, las manos en los bolsillos, el mentón alzado al cielo, qué sé yo. Lo que quiero decir es que yo todo el tiempo que me pasé formulando esta idea de la metafísica acerca de los autos que llegan a la esquina en simultáneo con los que vamos de a pie por la acera, no sirvió de nada. Me cagó una simple definición de diccionario, una interpretación, una convención. Encontraron una falencia en mi relato y algo de razón tienen, aunque no se las quiera dar.
¡Pará! ¡Perdón! Me acordé de lo que soñé el jueves. Creo que era jueves porque… Sí, era jueves porque Emilio – ¿lo conoces a Emilio, un amigo mío?- ofrece un descuento con la tarjeta en su restorán, “Copa del Rey”. Fanático del fútbol español y del vino, el hombre. Entonces fue el jueves, se ve que comí mucho, “como un desgraciado” diría mi papá. Tendría que llamarlo. Desde el día del accidente que no lo veo. Bah, ese día tampoco lo vi, sé que mi hermano los fue a buscar al pueblo y vinieron a visitarme, pasaron, saludaron, comparecieron lastimosamente –todo según las enfermeras- y se fueron. Están grandes y la humedad los aniquila, acá es tremendo el clima.
El jueves tuve este sueño, una locura toda la parafernalia que le agregamos al relato orínico posterior… ¿se dice así? No, onírico, se dice. Así está bien. Linda palabra esa. Como metafísica, pero ninguna de las dos me sirve.
Había salido con Julia, ¿te acordás de Julia? Charlamos, por Facebook, en cuatro ocasiones distintas, de forma muy impersonal, como si estuviésemos apurados por algo más importante, lo deduzco fácilmente por la cantidad grosera de faltas de ortografía que ambos esgrimimos. “Le voy a dar una chance”, pensé, y la invité a salir. Fuimos al restorán de Emilio, previa llamada para reservar la mejor mesa, la que según todos los comensales que frecuentan el lugar es “la más romántica”. Es comida fusión peruano-japonesa desde hace un par de meses, aunque a Emilio siempre le gustó la comida picante proveniente de India. Sobre todo, el plan se sospechaba perfecto porque era jueves y, además del porcentaje de descuento que me da mi tarjeta de crédito, Emilio me cobra la mitad o poco más de la mitad. Me hace rebajas, digamos.
En esta situación ideal que te estoy describiendo, Noelia, no voy a dejar lugar para los detalles calamitosos. Simplemente quiero destacar cuán en las antípodas nos hallábamos al comienzo de la velada: después de ubicarnos en la mesa (luego de mi intento fallido de caballerosidad, se trabó la pata de la silla con la alfombra y casi tiro a Julia al suelo), llamé al camarero y le pedí un muy buen vino blanco, lo caté y le sirvió a Julia, que lo cortó en seco mientras decía “no, no, no” –repetidas veces-“agua, por favor”.
No contento con el accionar torpe de mi acompañante, decidí comportarme como un verdadero sir: hablamos de su trabajo en el jardín de infantes, yo le conté sobre mi presentación ante ese gran cliente, aunque no le pude especificar fechas, nombres, motivos.
Su gesto nefasto frente a la carta del lugar era, cuanto menos, preocupante. A ver, Noe, ¿cómo reaccionarías vos? Te llevan a un comedor de primer nivel y te dan la posibilidad de elegir el mejor plato, las mejores guarniciones… ¿y ponés esa cara de amarga? No sé, creo que me contuve de forma adecuada. Yo avizoré al mozo en las mesas contiguas, le chisté y ordené pollo tanduri, un extra de salsa curry, una panera con variedad de formas y sabores para complementar; Julia deslizó la carta sobre su costado derecho (precavida, quitó en primer lugar la servilleta que yacía debajo) y dijo, sin ton ni son: “una milanesa de pollo con papas fritas y puré de calabaza”. Qué excéntrica, me dije a mí mismo.
Te dije que no me iba a ir por las ramas. La cuestión es que congeniamos, ella predispuesta a contar su historia, yo hambriento y por ende callado. Fui buen oyente, Noelia, ¿no me reclamabas que mejore mis habilidades de diálogo? Cuando opto por el vino blanco me sube escepticismo. Julia tiene buen cuerpo, estimo que una de las razones es porque toma mucha agua, pero no me gustan sus orejas, las tiene bastante separadas de la cabeza. Sostuve en demasía la mirada y la recorrí lo suficiente como para que me lo recrimine con un ademán contrariado, al tiempo que intentaba contarme cómo su mejor amiga había vendido un cachorro de pug por internet.
Sin embargo, hubo momentos ¿sabés? Miradas. A veces extendía mi mano para acariciarle el codo, pero ella se rehusaba al contacto físico. Julia es tímida, a pesar de que pudimos charlar sin inconvenientes sobre propaganda política, París como destino clásico de lunas de miel o el estilo de Sábato, que por predecible no deja de ser cautivante.
Algo de mí la aterró, sus gestos escondían algún tipo de miedo. Mi perseverancia en la tarea de demostrar que puedo ser un buen anfitrión, la asustó. La espantó. Julia acomodó sus cosas y se levantó para ir al baño, sin dejar lugar a que yo pueda exhibir mi preocupación caballeril. Hacía mucho calor dentro del recinto, ya te comenté lo mucho que admira Emilio a la cultura hindú y, bueno, allá hace calor, de hecho. Él comulga con tal idiosincrasia y pretende mimetizarse al extremo. Se le complica con el asunto de las vacas sagradas, su corte favorito es el vacío y no lo puede dejar.
Sí, ya sé, Noe, cuesta enfocarme. Debe ser la medicación, a pesar de que me digas que este “déficit de atención”, sí, hice las comillas con los dedos, viene de antes del accidente.
Yo la vi levantarse de la mesa con rapidez y un poco atolondrada, me costó seguirle los movimientos. Estampó sus rodillas en el borde de la mesa de madera, que sobresale un poquito.
Emilio privilegia el gusto de los amantes y es sabido que esa gente prefiere la intimidad al escándalo, lo minimalista a lo ostentoso. El parqué es de color oscuro, las luces tenues, los cuadros impresionistas de colores pastel, la música de fondo instrumental y prácticamente inexistente. Las mesas son mesitas, bien bajitas y estrechas, para que los enamorados puedan incorporarse, recostarse en los platos soperos y darse piquitos en arrebatos de extrema pasión, amedrentada por el sojuzgamiento visual de turno.
A Julia, en definitiva, se le dificultó la salida. Estaba vestida con un pantalón de jean holgado y un suéter extenso que le cubría la retaguardia, birlando mi acto reflejo y frustrando los instintos más viriles del salón curioso.
La cosa es que el baño estaba lejos, “tan lejos que se debe haber perdido” pensé yo casi tomándome el pelo, para distraerme tal vez de la soledad inminente. Ante su sorpresiva demora, me quedé sentado, transpirada la frente y las muñecas. Me quedé sentado hasta que Emilio me hizo señas desde la barra, mientras lustraba por dentro un vaso que antes habrá contenido algún trago espirituoso. Me hizo que “no” con la cabeza, en un movimiento lento, pero preciso, y bajó los párpados con solemnidad. Pude interpretar, sin mucha dificultad, que como buen amigo había mandado hacer inteligencia y en el baño de mujeres no encontraron a ninguna parecida a la que me acompañaba. Yo me enojé, me enojé mucho. Mascullé insultos de telenovela y maldije al clima, al reloj de números romanos, a Trump, a Pentecostés.
Fui capaz de disimular mi ira por unos minutos. No quería que los otros clientes, inmersos en el acto retórico-amoroso previo al roce de los cuerpos, se percataran de mi desgracia. Me acerqué a Emilio, que me miraba con compasión. Le hice un gesto con la palma de la mano derecha hacia abajo, los cuatro dedos juntos excluyendo al pulgar, le pedí calma y sobriedad. Estiré el plástico, lo pasó por un aparato para cobrar, firmé lo que había que firmar. Finalmente, estreché su mano que me devolvía un apretón fraternal. Resbaló sobre la última sacudida y quedé libre para lanzarme a la aventura.
Salí disparado del local dispuesto a recuperarla, incluso a escuchar una excusa bien elaborada. No voy a discutir quién sufre más, si el que deja o el que es dejado. Hice lo que pude para respirar bien, Noelia, pero no lo logré. Estaba agitadísimo por la carrera y preocupado por la desdicha de otra posible Navidad solitaria. Cuando mis ojos percibieron su espalda finita, en su andar nervioso, su mirada convulsionando hacia los costados, aceleré el paso.
¿Cuánto tiempo me queda? Desde que se me rompió el reloj ando desorientado, aclaro que también tenía brújula. Era completo. Lo había heredado de algún bisabuelo o tatarabuelo que nunca conocí. No se hacen más relojes así. ¿Reparaste en mi forma de hablar? Tomá nota, Noelia, no te distraigas, comportate. Te traje un libro de regalo, lo dejé en la mesa de entrada.
Cuando la tuve a menos de cinco metros, le chiflé suavecito y cortito. Le dije: “Julia, ¿adónde vas?”, al mismo tiempo que aflojaba el paso y esquivaba charcos y baldosas flojas. Ella se desconcertó, naturalmente. Mi tono de voz era extraño y mi respiración entrecortada; mi argumento, escaso. No alcanzó a darse vuelta del todo, me miró de refilón y se echó a correr. Gritó “¡Salí de acá!” y todos a su alrededor detuvieron por medio segundo sus rutinas, después siguieron encerrados en sus celulares y sus maletines con combinación de seguridad. Vos sabés que no soy un tipo intolerante ni violento, hoy lo recuerdo y me desconozco, no me gusta esa parte tan salvaje a la que apelé para hacerme de su amor. Sin embargo, como ya te imaginarás (es notable tu perspicacia y tu sentido de oportunidad para tragar saliva) no sirvió de nada todo el despliegue de mi masculinidad al trote.
Cuando me quise acordar ya estaba en la mitad del pavimento, aún muy lejos de ella que seguía clamando comprensión, supongo. Ya estaba en el meridiano del asfalto. Siempre me sonó a algo que está en el medio, “meridiano”. El diccionario asocia la palabra hasta con la siesta; no me importa, para mi relato encaja fenomenal y después contáselo a quien quieras. Alcancé a mirar a mi izquierda en la avenida y recuerdo haber suspirado aliviado, porque en educación vial no hay quien me venza. Pero el destino es cruel y, cuando creía haber superado el escollo del entuerto que provoca el paroxismo, desde mi derecha sentí el impacto y después no sentí nada más. Es irritante. Alguien tiene que hacer algo, no sé quién, pero lo tiene que hacer ya.
No te preocupes, yo sé que no me chocaron el jueves. Creo que la medicación me hace mezclar los acontecimientos. Me mareo cuando pienso demasiado y me apasiono.
¿Qué curioso, no? Como a uno lo pueden cambiar tanto los remedios que hasta se olvida de sus hábitos. ¿Es la hora? Estuvo bueno hoy, ¿no? ¿Te aburriste? Acordate, te regalé un libro. Ya te lo deben haber guardado con tus cosas. ¿Me puedo ir? Bueno, Noelia, muchas gracias. Si la ves a Julia decile que le mando saludos y que me perdone, que no la quise asustar. Gracias.
*Esto también es mentira. Metas físicas es de 2017 y se puede descargar acá.
Después de subrayar muchas frases encantadoras, llegué a una trágica conclusión para los puristas del libro intocable: debería haberlo marcado entero.
Porque es muy rico en conceptos.
Es aún más relevante en definiciones aplicables a charlas en un bar.
Cuando me lancé a la búsqueda de material para mi primer podcast, no pude evitar sentar a la mesa a uno de los griegos más trascendentes en la historia de la humanidad.
Transcripción del guion: cómo me inspiré con “Banquete” para “Descatálogo”
En una obra magistral de Platón llamada “Banquete” se pueden leer muchas nociones acerca del amor.
Se habla de la eternidad, de la fortaleza de los lazos, de cómo la realidad se encarga de sacudir a lo idílico.
El autor se desmembró para personificar a una serie de filósofos y hacerlos dialogar, en distintas etapas, sobre la complejidad del amor.
[MÁS ANTIGUO QUE CRONO Y JÁPETO ESTE EPISODIO…]
Cuando le ceden el espacio a Pausanias, el loco agarra y dice:
“El amante que busca un carácter virtuoso, se queda para toda la vida (…)
Así, se considera vergonzoso, ante todo, dejarse conquistar rápidamente; para que pase el tiempo que convenientemente, según dicen, pone a prueba la mayoría de las cosas”.
Pausanias, geógrafo e historiador griego del siglo II de la era común (c. 110-180).
Sin ánimos de ponernos juiciosos y moralistas, para ser un líder militar Pausanias se la bancaba bastante.
Aunque, digamos todo, por aquellos días todo el mundo tenía un cargo militar (sobre todo los únicos que podían opinar, shhh…)
Más allá de las consideraciones que le podrían caber a esta interpretación de la palabra tiempo, rescatemos la salvedad que se hace sobre “dejarse conquistar rápidamente”.
Si ceder ante los influjos de Eros sin oponer demasiada resistencia se lee como una ofensa, descubramos cuál es la duración ideal de un flirteo.
Queda claro que la raza humana y el mundo animal tienen diferentes códigos comunicacionales para decirse que se gustan.
Y los tiempos, bueno… cada organismo se adapta como puede, che.
Krysti Wilkinson, en una nota del Huffington Post del 2016, le pinta la cara a Pausanias:
“El principal freno a ambas actividades humanas es que el millennial no se quiere ver comprometido en algo que no pueda frenar, se salga de su control o afecte sus planes personales de crecimiento.”
¿Millenials? ¡Eso es otra discusión, Krysti!
Habiendo dicho esto… en Netflix pueden encontrar 2 gemas para cerrar la idea de este episodio.
“Our planet” (o Nuestro Planeta, para los amigos de habla hispana) recopila imágenes espectaculares de la naturaleza y las hay muy divertidas de cortejos animales.
Por otro lado, “Cómo perder a un hombre en 10 días” es un tutorial para nada culposo que explica paso a paso lo que sí hay que hacer y lo que no hay que hacer en el cortejo amoroso.
Envejecer es inevitable, lo reafirmo más adelante.
El tercer capítulo de mi podcast versa sobre la certeza más terrible del ser humano: envejecer.
“Venir viejo”, como le decimos en Argentina.
Desconozco los modismos nuestramericanos para referirse a la posibilidad más realizable de cualquier persona, que es cumplir años.
Ver pasar los días en el calendario como si hubiera alguna estratagema que lo pueda frenar, ralentizar.
Detener.
Envejecer es inevitable; angustiarse también.
Hubo períodos en los que mi semblante se componía de frases espirituosas y motivadoras.
Parecía un entrenador de algún equipo amateur.
Ese espíritu progresista e idealista que se va lavando, se va desdibujando cuando las cuentas que hay que pagar se hacen cada vez más insostenibles, muchas veces fruto de nuestra propia ambición.
Por aquel entonces -no es relevante remarcar fechas en particular- esquivaba con tesón los temas que de verdad importan.
Año tras año, nuevas canas he de peinar.
Mis tópicos se encasillan a sí mismos, el entorno se regodea encontrando puntos en común, la queja se convierte en la moneda de cambio.
Seguramente habrán escuchado “nombrar” el concepto de sublimación, en su acepción relativa al psicoanálisis.
No me voy a enroscar en tecnicismos, porque para responder preguntas de cuestionario se ha inventado Internet.
Pero es, básicamente, lo que hice cuando escribí el guión del tercer “Descatálogo”, intitulado “Y todavía sopla”.
Viejo es el viento, viejos son los trapos, viejo me estoy poniendo yo a cada minuto que se suicida (salud, Ricardo).
Y todavía sopla
Subestimamos a los viejos casi sistemáticamente, casi sin querer.
Lo pienso bastante seguido porque mis papás y mi mamá se van poniendo más grandes.
Creo que, en cierto sentido, me acerco a ellos porque he confirmado que el reloj también corre para mí.
Me pongo más viejo, entonces demando un respeto que hace un tiempo no sabía que existía.
La edad adquiere una nueva dimensión.
Deja de ser un cantito, una foto y una torta.
Es más parecido al orgullo por la resistencia.
Por eso la irreverencia del adolescente me acicata cuando me doy cuenta que probablemente ya sea demasiado tarde para pedir perdón por lo que se dijo, porque las heridas son lerdas para curarse pero muy veloces para presentarse.
Gabriel García Márquez, en Cien Años de Soledad, cuenta lo siguiente:
“Su buen propósito fue frustrado por la inquebrantable intransigencia de Rebeca, que había necesitado muchos años de sufrimiento y miseria para conquistar los privilegios de la soledad, y no estaba dispuesta a renunciar a ellos a cambio de una vejez perturbada por los falsos encantos de la misericordia”.
Cada vez que cumplo años, por el mero capricho de un calendario que ya me da lo mismo, me acerco un poco más a ese sintagma que ha quedado tan desvencijado como las chapas del baldío lindante a mi departamento.
Me refiero a “tercera edad”.
Ha caído en desgracia…
Decir “tercera edad” es querer encapsular un concepto para después venderlo a través de publicidad de remedios.
Digamos que… es un público.
Considero que la raíz de la subestimación radica en que nosotros, los clientes, adoptamos esa mirada errónea de los ancianos y sólo podemos asociarlos con la fragilidad y la ternura.
¿Te gustaría leer este artículo mientras escuchas el capítulo? Hacelo desde acá.
Pero hay toda una bitácora detrás de los anteojos.
Ahora bien: ¿cuántas veces nos detenemos en este agobiante mandato de trabajar, consumir, disfrutar, viajar?
Pocas.
Estoy convenciéndome de que los infinitivos van cambiando.
Entré en la primera opción de mi búsqueda de Google, Diario femenino punto com, esperando encontrarme una revelación.
Amarga fue mi sorpresa cuando descubrí que no.
No le podemos asignar un significado tan fácilmente a los sueños.
¡Y menos si son graciosos!
Una risa en un sueño puede implicar desde un delirio impulsado por el puré de garbanzos de la cena hasta una situación avergonzante que sucedió en 3er. grado.
La periodista Laura Sánchez, sin embargo, reconoce que un sueño gracioso tiene un componente de talento y creatividad importante, y que por ello hay que ser agradecidos.
Nuestro cerebro puede estar recompensando que hemos hecho una actividad muy productiva, por ejemplo.
[“NOTA AL PIE”] Hijos e hijas de la revolución industrial, si pueden dormirse con un anotador en la mesita de luz, quizás hasta puedan capitalizar una idea muy loca, quién les dice.
Seguramente tendrás jornadas en las que el momento de dormir sea lo más esperado.
A todo el mundo le pasa.
No le pasa lo mismo que a vos, ojito con eso, pero le pasa de estar contrariado, agotado, pasado de vueltas…
Y en esos momentos de desasosiego, si durante el letargo encontrás el alivio, bienvenido sea.
Dejamos que un montón de cosas nos lastimen, ¿por qué no aceptar el absurdo onírico y dejar de querer una respuesta para todo?
Descatálogo es el nombre con el que bauticé a mi primera incursión en el mundo del podcast.
Siempre me gustó hacer, primero, una introducción a los temas de los que voy a hablar.
Supongo que es lo que se debe hacer en todos los casos, por otra parte.
Entonces…
Está claro que este es sólo el primer renglón para definir a la técnica de podcasting.
Por supuesto, también queda afuera la parte más simbólica, la más revolucionaria si se quiere.
Pero queda claro que, al tratarse de una técnica muy asociada a la radio, y que a mí a la radio tradicional me encanta escucharla (y en su momento trabajar en programas radiales)… no hay muchas más cuentas matemáticas que hacer.
La intro a cada capítulo del podcast
La primera vez que se me ocurrió esto, lo plasmé de forma gráfica.
A la distancia, creo que no fue una buena decisión.
Por eso lo quiero transformar en un podcast, tal vez una plataforma más adecuada para hablar de literatura (sin ningún tipo de rigurosidad académica ni orden cronológico).
Descatálogo, además de ser una palabra impronunciable para un santafesino, es el nombre de este proyecto.
Les voy a leer algunas cosas que subrayé y voy a tratar de explicarles por qué lo hice.
[SEPARADOR] DES… CATÁLOGO: las palabras, eligen.
Introducción que se repite en cada capítulo (8) de la “primera temporada”.
Control + Alt + Suprimir
Quizás la combinación más famosa de teclas que Windows nos haya dado sea “control + alt + suprimir”.
Ante el mínimo inconveniente o una situación desesperante como perder una partida de solitario, esta especie de clave mágica hacía* que el mundo se detenga, se acomode y vuelva a empezar.
En un contexto pacífico, de otoño ameno y hojas divagando en los cordones de las calles… el encierro.
El normal devenir de nuestras rutinas laborales y socioafectivas se vio alterado por una orden del Gobierno nacional, que es el eco de un grito de la Organización Mundial de la Salud, que asimismo es un acto reflejo frente al tan mentado “enemigo invisible”.
La palabra del momento.
Ese virus que ninguna compu supo detectar.
Se tildaron los sistemas y estallaron los algoritmos.
¿Qué diría mi estimado Henri Nouwen, este sacerdote holandés que conocí de casualidad justo antes de que este aislamiento fuera obligatorio?
Escuchá**:
“El simple hecho de ser capaz de dar una opinión, de expresar un argumento, de defender una postura y de clarificar una visión, me había dado, y todavía me da, una sensación de control.
Y por lo general me siento mucho más seguro experimentando una sensación de control sobre una situación indefinible, que arriesgándome a que sea la situación la que me controle”.
A ver si nos queda claro: Henri plantea que, a través de la palabra, puede hacer una especie de clasificación de las cosas.
Les asigna nombre, características.
Puede incluso establecer cuáles son sus fallas y sus virtudes.
Es entendible, puesto que lo que no podemos nominalizar ejerce una influencia total sobre nuestras acciones.
Si bien existen personas a las que la idea de quedarse al margen de la historia no les parece mala, otras necesitan obtener más información de su entorno para crear un marco de contención.
Y estamos viviendo en la época dorada de la información… ¿no?
Escuchá el capítulo de Descatálogo siguiendo esta lectura.
Estamos atravesando una situación indefinible, lo que tanto teme Nouwen y los noticieros durante las 24 horas.
Por eso le preguntamos hasta a los personajes famosos de los 80 cómo están viviendo en cuarentena.
La sensación de seguridad la otorga el conocimiento.
“Saber” nos permite anticiparnos a los acontecimientos y tomar las riendas de nuestras vidas.
Pero muchas veces caemos en un engaño involuntario perpetrado por nuestro cerebro y abrazado por nuestra incertidumbre.
El sesgo de confirmación, de acuerdo con el Diccionario Inglés del Escéptico, nos provee la calma cuando corroboramos lo que creemos que es cierto y se adapta a una serie de requisitos racionales internos que todos poseemos.
Así que mucho cuidado.
Control + Alt + Suprimir: tal vez puedas finalizar tus tareas, pero no esperes que el mundo responda solamente a tus comandos.
*”Hacía” porque sospecho que, desde hace un tiempo, no “hace”.
**Vicios de la oralidad: en este caso, sería “leé”.
La noción de feedback atraviesa toda la carrera de Comunicación Social e imagino que también a las que le son afines.
Por una cuestión de respeto o por mantener viva la posibilidad de concretar una transacción comercial, mantener un diálogo con el interlocutor se erige como “lo que se debe hacer”.
Las redes sociales han tergiversado todo tipo de manuales axiomáticos respecto a “cómo entablar una conversación”.
Tal vez me estoy refiriendo a la eficacia de ese intercambio, no lo sé con exactitud.
Aplicamos, casi religiosamente, la regla de responder ese mail por más obvio que nos parezca, aunque sea con un “¡recibido!”.
Feedback en el trabajo: la hoja de ruta cotidiana para corroborar que no equivocamos el camino
Obtener la respuesta a una pregunta específica.
Hay una duda creada para ser destruida casi inmediatamente, sin más aspiraciones que resolver una cuestión sencilla.
Y muchas veces nos queda el eco de ese vacío que se produce cuando no hay nadie del otro lado.
Lo peor: saber que efectivamente sí hay alguien del otro lado, pero la indiferencia es adrede.
Esto me hace acordar (un stand up cualquiera…) a Enlace Mortal.
Creo que el copy de la película era bastante parecido a este artículo-ensayo: “cuando un teléfono suena, tienes que atenderlo”:
El feedback del trabajo es algo tan corriente como respirar y es por eso que todos solemos darlo por sentado. Pero no siempre nos deleita con su presencia.
Como este artículo no pretende ser un apunte sobre teorías que pueden encontrarse en cualquier librería o “a golpe de click”, aplicaré el concepto de feedback para comentar algunas peripecias en mis proyectos individuales.
Concretamente, me voy a referir a tres tipos de trabajos que se estancaron por “x” motivo.
Ninguno fue lo suficientemente bueno ni está completo como para que lo presente como un logro.
El presupuesto que nunca sabremos a dónde va a morir
Varias veces me pasó de elaborar presupuestos, algunos un poco más rebuscados que otros, pero todos con el mismo grado de responsabilidad.
Y de ilusión también, para qué voy a mentir.
De entrada es elogioso que nos seleccionen entre cientos de profesionales.
Ponemos mucho de nosotros cuando redactamos un plan de acción, una estrategia de comunicación interna o cuando definimos los parámetros que deberá respetar la nueva identidad de marca.
La creatividad y el ingenio son dos activos intangibles que se cotizan mucho, pero que a la hora de la liquidación en el área de RR.HH. no son cuantificables como, no sé, cuántos vasos con agua te podés tomar en la semana.
Cuando este valor agregado pasa desapercibido, quedamos con una sensación de vacío difícil de describir.
Con el tiempo nos acostumbramos y se convierten en carpetas, en archivos viejos que dan un poco de nostalgia cuando leemos el importe final, el costo de la hora trabajada y la fecha de emisión.
Un proyecto que se desintegra y nadie te avisa
Creamos el logotipo, por supuesto, que siempre es la parte más divertida porque todo lo que tiene que ver con lo visual (mucho más en estos días) es atractivo.
No importa si el nombre nos representa, casi que nos vamos a ir acostumbrando porque a fuerza de repetición todo se instala.
Vamos a hacer unas calcos para pegar en los vehículos de amigos y amigas, remeras, todo tipo de merchandising.
¿Con qué?
Me parece que ya sabés dónde termina esto, ¿no?
Claro, en el tacho de la basura.
En el cajón de los recuerdos y las anécdotas que contamos cuando nos reunimos, porque al fin y al cabo somos amigos (pero eso viene después).
En este caso, el feedback es mucho más fluido e incluso es más fluido que en el anterior.
Si el potencial cliente no pertenece a nuestra esfera, es apenas un conocido o llegamos a él por el “boca en boca”, el compromiso dialoguista es endeble y hasta me animaría a decir que nadie tiene derecho a reclamar exclusividad, sobre todo porque -como no nos contestaron- no sellamos ningún acuerdo.
Casi en el otro extremo, conocerse demasiado con el potencial cliente suscita una relación amistosa que confunde los límites (plazos de entrega, definición del presupuesto, respeto por el trabajo…)
“Será otra mala decisión en una serie de decisiones lamentables”
Tengo un amigo que es un sol, pero no me da feedback
No les voy a mentir, quería titular “pero no activa”, pasa que no sé si esa expresión se entiende en todo el mundo.
¿Cuántas veces me quedé a las puertas de algo interesante porque mi contraparte no respondió a tiempo?
Reflexioné mucho tiempo sobre si era un problema mío.
Si mi ansiedad me estaba jugando una mala pasada y no me permitía aprovechar una gran oportunidad, cegado por conseguir objetivos que todavía no habían sido trazados.
Porque eso también es buscar justificativos.
Al fin y al cabo, siempre necesitamos una razón.
Resulta que la desidia ajena existe y no siempre somos nosotros los culpables de que algo no se concrete.
Podría enumerar no menos de 10 proyectos en los que, unilateralmente, decidí darle forma y aplicar eutanasia en… 30 días.
Lo peor es que nunca voy a saber qué pasó en el medio. Quizás porque tenga que buscar charlar de modo más informal y así “cazar” una pista de algo que haya pasado.
Puede ser por miedo, por inseguridad, por falta de financiación o porque tampoco había tanto convencimiento.
Tampoco quiero ser un dogmático o pecar de estructurado, cosa que después tengan algo que echarme en cara, pero es importante ser determinado cuando lo que está en juego es el tiempo y el compromiso del otrx.
Habrán sido estados de ánimo o bien fruto del requerimiento de los concursos más específicos, pero de mí nacieron unos versos que hoy quiero compartir a modo de redención.
Porque sobrevivieron al paso del tiempo en un anotador sucio que estaba todo roto, desordenado, apretujado por libros reales, en una biblioteca que ya nadie consultaba.
También soportaron el exilio: a nadie le conté que las había elaborado y nadie las leyó hasta ahora, cuando declaro que todo es arte, que todo es poesía por el mero hecho de decirlo, por haber elegido ciertos puntos estratégicos en los cuales apretar el enter y hacer un punto y aparte.
Aprovechar para nombrar con liviandad
Cada vez que tengo que ponerle un título a algo, lo que sea, un nombre de mascota o una etiqueta a lo que escribo, tiemblo.
Esto de no poder quedarme con una sola opción, el famoso “costo de oportunidad” o algo así, no es de ahora.
Debe ser proporcional a mi indecisión acerca del tópico tatuajes: me encanta cómo le queda a alguna gente súper canchera, pero yo no sabría qué tatuarme en particular.
Nada requiere tanta atención de mi parte ni consume tanto mi tiempo.
O todavía no lo percibo.
Entonces hacer poesía también es una excusa para nombrar con liviandad esos escritossin recaer demasiado en la significación.
Hay reglas más flexibles en la escritura en verso.
Nadie está hablando en términos académicos aquí, ¿verdad?
Cuando somos más pequeños solemos hacerlo naturalmente.
Luego, mediante la aplicación cuasi inconsciente de los procesos que la compleja maquinaria social nos tiene preparados, vamos perdiendo la capacidad creativa.
La imaginación tiende a enfocarse en cosas más bien… mundanas.
Simples.
Siempre en el intento
Entonces intenté no perder la frescura.
O dejarla plasmada en algún lado… ¡Algo tenía que hacer con esas ideas que me parecían “buenas”!
Eso no lo puedo precisar.
No puedo garantizarte calidad.
Podés quedarte con esta honestidad intelectual: en la re lectura no modifiqué nada esencial de ninguno de los cuentos.
No alteré el sentido por más que vos no puedas corroborarlo.
Y en algún pasaje sería muy divertido que pienses: “uy, ¡¿cómo no lo modificó!?”.
Repasar el trabajo realizado es necesario para compartir un contenido que valga la pena y que sea estéticamente atractivo -aunque sea en ese aspecto más superficial-.
Alguna que otra coma, una sangría, una alineación… puede ser que haya retocado.
Ya que hago el esfuerzo de leerme a mí mismo en otras etapas de mi vida -lo que me supone un verdadero suplicio- aprovecho para brindar prolijidad…
La prolijidad de la culpa.
Ahora que nadie me mira
Como parte de una estrategia que me auto impuse, muchos escritos fueron a parar a “Hijas del fracaso”, mi libro compilatorio que en el 2018 se convirtió en una cosa bastante seria.
Lograda, diría, porque le puse empeño y responsabilidad.
Sin embargo, hubo varias historias que se quedaron huérfanas, haciendo un nido en distintas carpetas, un tanto escondidas, un tanto perdidas.
Fuera de mi consideración durante un largo período, llegó el momento de sacarlas a la luz para que sean juzgadas como corresponde.
Dentro de la sección “Narrativa” vas a poder leer cada cuento, cada prosa, cada accidente literario que fui guardando desde que dije “che, debería guardar lo que escribo por más que no me guste tanto”.
Cuentos perdidos y encontrados
Te podés topar con historias de amores frustrados, como lo que me sucede en “Carla y las múltiples breves decepciones”.
“Lugares comunes” me ubica en una terminal de colectivos (o de ómnibus, o de bondis, depende dónde te hayas criado), en mi etapa de estudiante con todas las letras.
También hay delirios geográficos, que desembocan en dudas metafísicas, lo cual podría ser una perfecta descripción de mi obra.
No sé si en algún momento te darás cuenta o llegarás a la misma conclusión que yo.
“Escocia” y “Pampa” son algunos ejemplos de esa excusa contextual que se impone para crear un ambiente, para ubicar a los personajes, aunque estén a la vuelta de la cuadra.
Como si todo eso fuera poca información para procesar, también me aventuré a la poesía: acá lo explico mejor.
Ya me quedé sin palabras para introducirte a lo que puede ser un gran error o un gran descubrimiento.
A nadie le interesa porque no resuelve ninguna duda y/o problema.
Se está escribiendo para luego ser modificada (o no).
Sinceramente, espero que más allá de ser una “piedra fundacional”, se convierta en un conjunto de palabras que se encuentran al azar y que conformarán una de mis mejores anécdotas.
Porque de esa forma habría un futuro y este proyecto se consolidaría.
Esta es una frase expuesta como si fuera una cita, y la voy a destacar porque es evidente que busca ser famosa.
Tal vez podamos reírnos entre todos los visitantes del sitio, más adelante, de lo ingenuo que fui.
Otro encabezado para gustarle a los motores de búsqueda
En Internet no existen fórmulas mágicas, nada está escrito sobre piedra y por muchos cursos que hagamos -presenciales u online- los algoritmos harán monerías y nos darán bastantes dolores de cabeza.
Mientras buscamos la perfección, a veces olvidamos la funcionalidad.
Y llenamos una entrada de blog, como esta, de puro sentimentalismo, palabras vacías, introducciones eternas que no llevan a ningún lado.
¿No me digan que nunca les pasó?
El procedimiento suele ser el siguiente:
Tenés una duda y la escribís en Google (por ejemplo: “¿Cómo hago para que no se queme el pororó?”,
El buscador arroja muchos resultados y el primero siempre suele una buena opción (a menos que sea un anuncio “mal” segmentado),
Entrás con toda la esperanza y las ansias de resolver tus dudas en 5 minutos…
Pero no.
Nunca sucede.
Porque primero hay que leer la historia del maíz pisingallo; en segundo lugar hay que conocer a la persona a quien se le ocurrió cocinarlo en una olla con aceite por primera vez; luego viene un formulario de contacto y una serie de preguntas para generar interacción y después…
¡Tampoco!
Hay unos videos incrustados sobre las diferentes maneras de preparar el pororó ideal.
Vamos a ver algunas fotos alusivas y unos widgets de redes sociales.
Seguramente exista un enlace saliente, como esta imagen que te lleva a un post de Paulina Cocina:
Y después hay una receta, muy chiquita, que es la misma que ya conocías y que nunca te funcionó.
Este sitio web utiliza cookies para mejorar tu experiencia mientras navega por el sitio web.
De estas, las cookies que se clasifican como necesarias se almacenan en tu navegador, ya que son esenciales para el funcionamiento de las funcionalidades básicas de este sitio web.
También se utilizan cookies de terceros que ayudan a analizar y comprender cómo se utiliza este sitio web.
Estas cookies se almacenarán en tu navegador solo con tu consentimiento.
También tiene la opción de optar por no recibir estas cookies. Pero la exclusión voluntaria de algunas de estas cookies puede afectar su experiencia de navegación.
Necessary cookies are absolutely essential for the website to function properly. This category only includes cookies that ensures basic functionalities and security features of the website. These cookies do not store any personal information.
Any cookies that may not be particularly necessary for the website to function and is used specifically to collect user personal data via analytics, ads, other embedded contents are termed as non-necessary cookies. It is mandatory to procure user consent prior to running these cookies on your website.